La madrugada del próximo domingo, 31 de marzo, a las 02:00 horas serán las 03:00 horas y dará comienzo el horario de verano, que se extenderá hasta el último fin de semana de octubre. El mantenimiento del horario de verano es una vieja demanda del sector turístico para armonizar horarios y aprovechar al máximo las horas de luz. Y hay otras voces a favor… pero también en contra. ¿Qué argumentos tiene cada postura?

Los orígenes del ‘horario de verano’ (o DST ‘Daylight saving time’, por sus siglas en ingles) se remontan mucho más atrás y hay historiadores que recuerdan que las clepsidras o reloj de agua de los romanos tenían diferentes escalas en función del mes del año que fuera.

 Así, en la latitud de Roma, la tercera hora tras el amanecer, la hora tertia, empezaba (usando el horario moderno) a las 09:02 y duraba 44 minutos en el solsticio de invierno, pero en el de verano comenzaba a las 06:58 y duraba 75 minutos, según relata el historiador Jérôme Carcopino. Mucho más cercano, otro de los antecedentes del moderno horario de verano se remonta al 30 de abril de 1916, cuando, en mitad de la*Primera Guerra Mundial, el gobierno alemán decidió que todos los relojes se adelantaran una hora para reducir el uso de luz artificial y ahorrar energía. Dos años más tarde y, con el mismo propósito de ahorrar energía en el marco de la Primera Guerra Mundial, el presidente estadounidense Woodrow Wilson firmó un decreto en 1918 para adelantar la hora.

No obstante, todas estas iniciativas fueron revertidas una vez que acabó la guerra. No fue hasta la década de los años cuarenta, con los precios de la energía aumentando, cuando el ‘horario de verano’ se institucionalizó en muchas partes del planeta. Según un estudio realizado por la Comisión Europea en 1999, esta medida tiene impactos positivos sobre el ahorro y beneficia a sectores como el transporte y las comunicaciones, a la seguridad vial, las condiciones de trabajo, la salud, el turismo y el ocio.